Pueden resumirse en dos grupos. Están aquellos maestros que tienen el vicio (para mí incomprensible) de pensar que todo lo saben y que por no sentir la necesidad de escuchar a nadie en su inexactitud terminan por ir cerrando el oido hasta quedarse sordos.
Y luego están aquellos a los que quiero parecerme cuando sea maestra. Aquellos otros que tienen el don de hacer algo novedoso de todo lo que saben, abiertos a aprender de aquel al que enseña, preocupados no sólo por lo que pueden explicar sino por lo que sus alumnos pueden aprender y que tienen tal generosidad y una fuerza tan arrolladora que día a día dando lo mejor de sí se dedican a sacar lo mejor, no de ellos mismos sino siempre de los demás.
Casi nada...
Casi nada...
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