Sé que no soy una alumna al uso, no soy rebelde pero tampoco me conformo. No sé si me considero buena discípula pero estoy aquí para aprender. Y lo que he aprendido esta semana es mucho.
Creo que he estado demasiado pendiente de ser buena (que no la mejor). Tanto, que quizás haya cometido el error de bajar el listón del resto del mundo en lugar de intentar saltar un poco más alto.
He aprendido que nunca nada es tan malo como para no poder extraer algo bueno de ello. Que si no me gusta el escenario debo fijarme en la escenografía. Y que si esto tampoco me llena, debo fijarme en otras cosas que probablemente me estén pasando desapercibidas. Porque seguramente siempre habrá algo que pueda utilizar en un futuro aunque sólo sea para saber por qué no quiero utilizarlo.
Pero si me voy del teatro antes de que acabe la función, me habré perdido muchas clases.
He aprendido que no puedo ir por la vida chocándome contra lo que me pongan delante, que hay cosas que no quiero escuchar y que a veces hablo porque no puedo estar callada por más tiempo pero que me irá mejor si me contengo (como viene siendo lo correcto). Que hay hechos que no necesitan palabras y que terminan hablando por sí solos. También a creer y a desconfiar porque la realidad es mucho más astuta que yo.
Ah, y que la gratitud no tiene por qué ser sinónimo de alegría pero que es mejor cambiar la actitud y aprovechar lo que tengo en el momento.
Es muchísimo para una sola semana. Ya alguien lo dijo una vez: a veces, muy de vez en cuando, la gente puede darte una grata sorpresa. De vez en cuando, hay gente que te deja sin respiración.
Sucede. Por supuesto que sucede. Por eso no pienso perder ni una clase magistral.
Empieza el segundo acto.
Susi.
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